Muy probablemente las últimas cifras del INE darán rienda suelta a las reflexiones más catastróficas sobre el futuro de la población española. No obstante, detrás de la inflexión del saldo vegetativo no hay más que una continuidad de las dinámicas demográficas de las últimas décadas: las mujeres tienen el mismo número de hijos desde hace treinta años, y la supervivencia de la población continúa aumentando. No debería tampoco sorprendernos: es una inflexión anunciada y que otros países europeos, muchos con altos niveles de prosperidad, ya han conocido.

Las dinámicas demográficas del pasado reciente nos conducen a una etapa en la que las defunciones superarán a los nacimientos. La explicación tiene un claro componente estructural: llegan a las edades de máxima fecundidad generaciones con muy pocos efectivos, las nacidas a finales de los ochenta y en los noventa, y por la cúspide de la pirámide desaparecen las generaciones que más años han conquistado a la vida.

Los demógrafos, en general, no somos amigos de mensajes catastrofistas. Hasta ahora, las sociedades se han ajustado a otras estructuras de población inéditas. Ganar años de vida en mejores condiciones me parece un éxito social. En cambio, las encuestas muestran que la fecundidad real y la deseada no se corresponden. Olvidémonos de las grandes cifras y centrémonos en por qué la población no puede llevar a cabo sus proyectos reproductivos.