EDUARD SOLER I LECHA,COORDINADOR DE INVESTIGACIÓN,CIDOB
OPINIÓN

¿Quién puede parar la guerra en Siria?

Eduard Soler i Lecha, coordinador de investigación, CIDOB
Eduard Soler i Lecha, coordinador de investigación, CIDOB
EDUARD SOLER.
Eduard Soler i Lecha, coordinador de investigación, CIDOB

Es una pregunta recurrente que adquiere una dimensión de urgencia a la luz del demoledor balance de cinco años de guerra. Han perdido la vida 400.000 personas, más de la mitad del país ha tenido que dejar sus casas y entre estos casi cinco millones han huido del país. La esperanza de vida ha pasado de 70 a 55 años y Naciones Unidas calculó a finales del año pasado que el coste económico ascendía a más de 200.000 millones de euros. ¿De qué cifras estaremos hablando si no se detiene el conflicto en los próximos meses? ¿Y durante cuánto tiempo se estará pagando la factura y quién la va a pagar?

La guerra en Siria es un rompecabezas. No es un enfrentamiento entre dos bandos sino entre múltiples grupos que en algunos casos están compuestos por distintas facciones. Luchan por su supervivencia y van tejiendo alianzas entre sí para enfrentarse a terceros cuando éstos se hacen demasiado fuertes. Cada una de estas facciones tiene padrinos, bien sea entre las principales potencias regionales (Irán, Arabia Saudí, Turquía y Qatar) o a miles de kilómetros (en Washington, en Moscú y, en menor medida, en algunas capitales europeas) y a veces cambian de protector si otro les ofrece más dinero o mejor armamento.

Son tantos los actores en juego y tan perversas las dinámicas que para detener el conflicto no basta con que uno de ellos lo desee o que lo hagan varios de ellos. Estos días buena parte de la atención ha estado puesta en la tregua negociada por Estados Unidos y Rusia que, tras siete días de frágil vigencia, ha vuelto a dar paso a un nuevo espiral de destrucción y sufrimiento. Esta tregua se criticó diciendo que cumplía fines puramente humanitarios y cortoplacistas y que en ningún caso abría la vía de una solución política. Es cierto pero tan o más trágica es la constatación de que incluso si Obama y Putin se conjurasen para decir ya basta, no sería suficiente.

Tienen que darse, por lo menos, otras dos condiciones, muy vinculadas entre sí. La primera es que tiene que cundir el agotamiento entre los distintos bandos sirios o, mejor, la certeza de que las condiciones para una victoria son inexistentes y que no tienen otra salida que sentarse a negociar una solución en la que puedan salvar la cara y preservar una parcela de poder, aunque sea menor que la que detentan ahora. Y la segunda es que las potencias regionales vayan quedándose sin recursos para financiar a sus peones o piensen que más pronto que tarde este conflicto va pasarles factura en casa.

Una de las muchas tragedias de esta guerra es que quienes más la sufren son los que menos pueden hacer para detenerla y que los que de una u otra forma sí que podrían ponerle coto pueden permitirse el lujo de seguir adelante. El papel de Europa en todo esto es especialmente amargo: los coletazos del conflicto en Siria amenazan hoy la supervivencia de algunos gobiernos o del propio proyecto de integración europea y, sin embargo, a la hora de poner fin al conflicto Europa ni está si la espera. Bueno, a no ser que sea para pagar los costes de la reconstrucción.

Mientras para los que sí tienen algo que decir siga siendo más rentable o incluso menos peligroso seguir luchando que hacer las paces, el conflicto seguirá vivo, desgarrando el país y desbordando fronteras.

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