HELENA RESANO. PERIODISTA
OPINIÓN

¿Mejor sin hielo?

HELENA RESANO
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Nuestro cerebro emocional, el sistema límbico, es el que recoge y traduce nuestros miedos y nuestros placeres. La amígdala es la que se activa cuando nos sentimos amenazados, cuando tenemos miedo. Lo que los científicos llaman el núcleo estriado es el que genera nuestras pasiones, las mejores, la del amor, y las peores también, las adicciones. Son las que se ponen en marcha cuando sentimos placer. No sé si es exactamente esa la parte del cerebro que se activa cuando conseguimos hacer algo que pocos pueden lograr o se pueden permitir: escalar una montaña, correr un maratón. La superación, lograr lo inalcanzable, activa parte de nuestro sistema cerebral, nos proporciona un subidón de adrenalina. Desconozco si los expertos han logrado también identificar qué parte de nuestro sistema nervioso y cerebral se activa cuando lo consigues por tu propio esfuerzo o cuando lo logras a golpe de talonario.

Entiendo que quienes deciden lanzar al mercado productos exclusivos a precios prohibitivos se basan en este tipo de estudios cuando hacen su plan de negocio. Saben que a un porcentaje elevado de muy ricos, pagar por algo que pocos pueden conseguir les estimula a gastar sin ningún cargo de conciencia. Es la única explicación que le encuentro a comercializar botellas de agua a 94 euros la unidad. Sí, agua a casi 100 euros. ¿Dónde está el truco? Pues en que es agua de iceberg.

Desde hace unos años varias empresas han empezado a explotar los trozos de hielo que se van desprendiendo de los casquetes polares. Unos la utilizan para hacer vodka y otros directamente la embotellan. 94 euros la unidad. Repito. Por si les ha bailado antes el precio.

En un planeta en el que más de 600 millones de personas viven sin acceso al agua, suena demasiado frívolo que una empresa haga caja vendiendo agua de lujo. Porque es así como la comercializan. El negocio lo sustentan en una frase: usted está comprando el agua más pura del mundo, la más exclusiva, es como beber aire, dicen. Es agua que lleva miles de años congelada, sin contaminar, es lo que aseguran. Bueno, como frase de marketing no está mal, pero como verdad cojea.

El único consuelo que queda es que el negocio no les va a durar demasiado. Un estudio de la Universidad de Zúrich asegura que los glaciares de todo el mundo se están derritiendo a un ritmo preocupante. Si encima los esquilmamos para hacer vodka o agua embotellada acabaremos por imprimir el turbo en ese deshielo y lograremos que el agua de iceberg sea la anécdota de una de las etapas más tristes de nuestro planeta. Quizás así se nos active de una vez la amígdala, la del miedo.

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