IRENE LOZANO. ESCRITORA Y DIRECTORA DE THE THINKING CAMPUS
OPINIÓN

El cínico del mercado

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Una amiga librera me contaba el otro día con razonable orgullo su decisión de no retirar de las estanterías Fariña, el libro sobre el narcotráfico gallego que un juez ha contribuido a difundir ordenando su secuestro. Fue una buena decisión del gremio de libreros de Madrid, aunque en las redes no faltaron comentarios en contra. Según sus detractores, los libreros no querían renunciar a las ganancias de un libro que se vende como rosquillas.

Podría tratarse de un comentario nimio soltado a la red, como tantos otros, pero destila cinismo corrosivo. No me refiero a mentiras a gran escala, sino a “cinismo” en el sentido inglés: la idea de que sólo el egoísmo motiva las acciones humanas, y todo lo demás es falsedad o impostura. Se menciona con frecuencia hasta qué punto las toneladas de odio en la red envenenan la convivencia en las sociedades democráticas. Pero el cinismo es peor: aniquila la esperanza.

En el siglo XXI europeo, egoísmo significa lucro económico a toda costa. Hemos pasado de ser economías de mercado a sociedades de mercado, como ha explicado Michael Sandel. Esto significa asumir que todo está en venta, que no hay nada libre del intercambio económico y, en última instancia, que es legítima toda decisión humana encaminada a una rentabilidad económica. El cínico se convierte en el representante perfecto de esa sociedad de mercado.

El cínico del mercado no ofrece escapatoria: si los libreros no hubieran apadrinado a Fariña, también habría dicho que lo hacían para no exponerse a perder clientes o a ser multados. Él no cree que nuestras almas estén en venta, sino que ya han sido vendidas. Sencillamente, no hay vida posible con un propósito noble, pues nada da sentido a ningún acto salvo el beneficio. Por eso resulta especialmente conmovedor el homenaje que los lectores han rendido a la librería Lagun. Demuestra que se puede tener un negocio con propósito y ser parte de la conciencia cívica de la sociedad.

Resulta sencillo extender la negra sombra de la sospecha sobre el género humano. Es el atajo hacia la desesperanza rotunda. El cínico del mercado siempre hace juicios de intenciones, pero nunca avala sus hipótesis con hechos, porque tampoco cree demasiado en sí mismo, ni en sus palabras acusatorias. Se contenta con impedir a los demás creer en algo, con boicotear la confianza en las motivaciones elevadas, las dictadas por la generosidad, las convicciones o el amor. Tiene una visión amputada de la naturaleza humana. Vive inmerso en el espíritu de nuestro tiempo, tal como aparece en los luminosos: no hay nada en esta vida más que ser joven, guapo, rico y consumir. Sumergido en la fe mercantil, se atribuye una perspicacia singular. Cree ver lo invisible y no ve nada.

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