IRENE LOZANO. ESCRITORA Y DIRECTORA DE THE THINKING CAMPUS
OPINIÓN

Cuando no haya dinero

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Tú también pagas cada vez más con tarjeta y menos con efectivo? Bienvenido a la tendencia. Está ocurriendo en todo el mundo. El año pasado por primera vez los españoles pagaron con tarjetas más dinero (27.816 millones de euros) del que sacaron de los cajeros (26.603 millones), según el Banco de España. Cada poco tiempo se inventan nuevas formas de gastar, desde los wallets hasta el pago móvil. Sin embargo, como sucede con casi todo lo relativo a los cambios tecnológicos, el componente humano está ausente del debate. Y no es un asunto menor, dado que las entidades financieras están interesadas en erradicar el efectivo. ¿Cómo afectará eso a nuestro comportamiento?

Un aspecto muy estudiado de la conducta humana en relación con el dinero es el llamado ‘dolor de pagar’. Todos lo hemos sentido después de una agradable cena: la cuenta nos arrebata algo del disfrute de haber comido con los amigos. Se trata de una especie de ‘impuesto moral’ relacionado con nuestro sentimiento de culpa al incurrir en un gasto. Como todos los dolores, es una alerta de nuestro cerebro para protegernos. ¿De qué? De malgastar, un comportamiento que atenta contra nuestra seguridad económica.

El dolor de pagar varía dependiendo de distintos factores. El profesor de la Universidad de Duke Dan Ariely, autor de numerosos experimentos sobre el fenómeno, explica que disfrutaremos mucho más de un viaje si lo pagamos por adelantado, o bien a crédito. Poner distancia temporal entre la experiencia en sí y el desembolso nos hace gastar con más alegría. Por el contrario, sistemas como el taxímetro o el contador de un surtidor de gasolina, en los que literalmente vemos, céntimo a céntimo, evaporarse nuestro dinero en tiempo real, hace que pagar duela más.

La distancia física del dinero también tiene un gran peso. Pagar en efectivo nos hace gastar menos, porque entregar billetes reales duele más que usar el plástico, cuya capacidad de representar el dinero es más abstracta. La tarjeta de débito se sitúa en un lugar intermedio y con la de crédito gastamos, de nuevo, con más alegría. Por eso también el efectivo disminuye las compras compulsivas.

Pese a su nombre, el dolor de pagar no es necesariamente malo. Se trata de una forma de tomar conciencia de lo que estamos haciendo y, por ello, evaluar mejor nuestra decisión. Una sociedad sin efectivo sin duda presenta ventajas: habrá menos economía sumergida. Pero si gastamos de forma menos reflexiva, ya no hablamos de meros comportamientos del consumidor, sino de nuestra relación con el dinero y nuestra seguridad económica. Se trata de asuntos demasiado trascendentes como para que las entidades financieras no incorporen al debate el factor humano.

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