LUIS PARDO. PERIODISTA
OPINIÓN

Carta a la Europa que impide trabajar a las ONG en el Mediterráneo

Luis Pardo. Periodista
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20 minutos
Luis Pardo. Periodista

Hace apenas cinco meses, recibías el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Según el jurado, porque habías contribuido al "más largo periodo de paz" en el Viejo Continente difundiendo "valores como la libertad, los derechos humanos, y la solidaridad" que "proyectan esperanza hacia el futuro, en tiempos de incertidumbre".

En la idea de aquel paraíso, sin embargo, había una serpiente: la foto del pequeño Aylan, muerto en una playa de Turquía y convertido en símbolo de los miles de refugiados que desaparecieron de forma anónima tragados por las aguas del Mediterráneo. ¿Se podía premiar a un conjunto de países que se autoproclamaban cuna de la civilización mientras consentían que eso pasase a sus puertas? Todo parecía indicar que sí.

Ante la inacción de los gobiernos (en septiembre, apenas se había acogido a la cuarta parte de los 160.000 refugiados comprometidos, una cifra que en España caía hasta un vergonzoso 11%), la sociedad civil decidió movilizarse. Las devoluciones en caliente, las pelotas de goma en el agua o el confinamiento en CIE no nos hacen confiar demasiado en la capacidad de nuestras instituciones de "proyectar confianza hacia el futuro".

El absurdo ha llegado hasta tal punto que los que cumplen uno de los más sagrados preceptos del mar, salvar vidas, se enfrentan a acusaciones de tráfico de personas. Es increíble cuánto dan de sí los argumentos si nos paramos a retorcerlos a conciencia. La detención del barco de Proactiva Open Arms es solo un capítulo más.

Los bomberos de Proem Aid siguen a la espera de juicio porque hay quien entiende que sacar del agua a un inmigrante para ponerlo a salvo en tierra es ilegal (¿lo correcto es dejarlo morir?). De las campañas contra la activista Helena Maleno poco nuevo se puede decir... Los argumentos son tan parecidos que es difícil creer en la casualidad. El Mediterráneo, tan pequeño en los mapas, tan soleado en los anuncios, se transforma en trampa mortal para quienes lo cruzan en cáscaras de nuez soñando con una vida mejor.

Mueren en silencio, sin molestar. Sus cadáveres no llegan a las costas. Aylan fue un error que, miles de desaparecidos después, no se ha repetido.

No nos importan sus vidas. Solo queremos olvidar que están ahí para poder centrarnos en lo importante: el coche nuevo, el partido de pádel, el último estreno de Netflix... Pero no podremos hacerlo mientras algunos insistan en recordarnos su presencia. A ver si esta vez entienden el mensaje y dejan de incordiar.

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