La educación diferenciada por sexo es probablemente uno de los asuntos más actuales en la lucha por la igualdad en el ámbito de la educación. Países como Estados Unidos, Australia, Reino Unido o Alemania, han implantado clases diferenciadas por sexo que reciben amparo legal, apoyo social y reconocimiento de la Administración que las avala y autoriza, incluso en centros públicos.
En estos países, estamos presenciando la implantación seria y definitiva de un nuevo modelo pedagógico, cuya fuerza arranca de sus propias ventajas, demostradas empíricamente, y de su fuerte aceptación social, al margen de ideologías, creencias o tendencias. No estamos ante un regreso al pasado, sino ante una de las innovaciones pedagógicas más poderosas e importantes de las últimas décadas, con un objetivo muy claro y definido: lograr la igualdad.
Estos centros educativos consideran que las diferencias entre los sexos son siempre enriquecedoras y que lo que hay que eliminar son las discriminaciones y los estereotipos, superando las desigualdades sociales y las jerarquías culturales históricas entre hombres y mujeres. Sin embargo, en España todavía abundan los prejuicios hacia este modelo educativo, aunque la razón, la experiencia e incluso la investigación científica objetiva y rigurosa, muestren con claridad sus ventajas y beneficios.
La educación mixta, considerada como único modelo válido y merecedor de financiación pública, se asume por muchos como dogma intocable e insusceptible de discusión. Esta intolerancia intelectual hacia modelos pedagógicos diferentes al mixto supone una postura rígida, anquilosada, que se cierra a la innovación pedagógica y niega a los padres su derecho a elegir la educación que quieren para sus hijos en un marco de gratuidad garantizado constitucionalmente.
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