ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Brujas pirujas

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Hay ciertas palabras que perviven solo en determinadas expresiones y parecen carecer totalmente de uso fuera de ellas. Por ejemplo, es frecuente oír "bandera roja y gualda", pero no conozco a nadie que, en la vida cotidiana, utilice el término "gualdo" para referirse a algo amarillo que no sea la franja central de la bandera española.

Algo parecido sucede cuando contamos un cuento a un niño y decimos: "Érase una vez una bruja piruja…". Pero ¿qué significa "piruja"? ¿Y quién usa ese adjetivo despegado de "bruja"?

En una pequeña encuesta doméstica he descubierto que nadie de mi entorno tiene una idea precisa del término. Algunos piensan que una bruja piruja es simpática o traviesa, como si la gracia de la rima pasara al personaje. Otros dicen que el adjetivo es simplemente un juego verbal carente de significado, solo con valor fonético (algo, por otra parte, muy propio de la literatura popular y muy del gusto de los niños, que son grandes inventores de palabras). El resto de los encuestados (la mayoría), le dan un carácter muy negativo y piensan que caracteriza a la bruja como vieja, fea, peligrosa, malvada o algo por el estilo. Pues nada de esto. Si uno recurre al Diccionario de la Real Academia quizá se sorprenda al encontrarse con que "piruja" se aplica a una 'mujer joven, libre y desenvuelta'. Por tanto, olvídense de esas viejas corcovadas, astrosas, llenas de verrugas y malignas, y piensen mejor en la bella Veronica Lake o en la simpática brujita que arrugaba la nariz y que interpretaron Elizabeth Montgomery y Nicole Kidman (aunque no sé si su personaje, un ama de casa al fin y al cabo, les parecerá a todos los lectores un modelo de libertad, pero eso es otra cuestión).

"Joven, libre y desenvuelta". Un momento. ¿Seguro que es así? ¿De verdad que una "bruja piruja" está caracterizada solo con valores positivos? ¿No hay algo sospechoso en esto? El propio diccionario académico nos da una pista cuando dice que "piruja" en México tiene un significado muy preciso: nada menos que "prostituta". En El Salvador la palabra se usa para designar a los que incumplen los deberes de su religión y en Centroamérica designó a los liberales cuando estos eran la encarnación de lo demoniaco.

De estas acepciones americanas, las dos primeras se han incorporado al diccionario de la RAE, la mexicana en 1992 y la salvadoreña en el último, el de 2014. Antes, entre 1914 y 1992, la única definición que apareció, idéntica en todas las ediciones, era la de "mujer joven, libre y desenvuelta", sin que nadie se preocupara, por lo visto, de revisarla y actualizarla (esto sucede con otras definiciones: en 1737 la RAE incorporó «reloj de péndola» y lo describió como "reloj de nueva invención que se hace con un peso suspendido de un hilo"; pues bien, un siglo después, en el diccionario de 1837, se seguía considerando un aparato "de nueva invención"). Volviendo a las pirujas, la libertad y la desenvoltura que se les atribuyen nos parecen a nosotros, lectores del siglo xxi, cualidades positivas. En 1914, aplicadas a una mujer, no lo eran tanto. Esa definición deberíamos entenderla como un eufemismo de "casquivana", cuando no "prostituta". Los ejemplos de uso más antiguos que he encontrado lo confirman. Así, unos versos de Bretón de los Herreros publicados en 1829 describen el peligro de que un hombre derroche sus ahorros en los burdeles y quiera llevar en coche "a una piruja". Y Juan Valera en 1895 hace que el personaje de don Paco, celoso a causa de la desenvoltura de Juanita la Larga con los hombres, la llame mentalmente "pirujilla".

"Piruja", en España, ha perdido todo valor indecoroso y ha quedado como un epíteto vacío y sonoro, una especie de divertido cascabel infantil que acompaña a «bruja». Pero a mí me gusta saber que tiempo atrás se refería a ese tipo de mujer libre y desenvuelta que tanto incomodaba a los hombres.

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