Somos una especie intensamente sexual y, a diferencia de otros primates, estamos abiertos a la práctica del sexo de modo continuo, que es clave en nuestra estructura social. Esto implica una intensa actividad sexual, en compañía y en solitario. Pero también somos una especie tecnológica; tanto, que no podemos sobrevivir sin nuestras herramientas: llevamos tanto tiempo usándolas que hemos coevolucionado con nuestra tecnología, que cubre toda posible necesidad. Incluso las sexuales. Hace mucho que usamos ayudas para que el sexo, aunque sea en soledad, resulte placentero: se ha encontrado un dildo de 28.000 años de antigüedad, y sabemos que los griegos o los romanos los utilizaban. A juzgar por la mitología griega, el bestialismo debía ser también conocido.
Por eso no es extraño que el avance tecnológico se refleje en crear juguetes sexuales cada vez más sofisticados, soñando con la máquina definitiva: el robot sexual. Porque, seamos sinceros, el sexo con otras personas se puede mejorar. El robot sexual nos permite diseñar el sexo definitivo y no solo en los aspectos mecánicos. El robot puede representar la realidado superarla adoptando formas e imágenes imposibles para un cuerpo humano real.
Aunque la principal ventaja del robot, como la del porno, no es física, sino mental: el autómata no tiene necesidades y por tanto siempre está disponible; carente de deseo propio, es un reflejo del deseo de su propietario. El juguete sexual imposible de superar.
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