OPINIÓN

Todos somos culpables del 'Facebookleaks'

Carlos G. Miranda.
Carlos G. Miranda.
CARLOS G. MIRANDA
Carlos G. Miranda.

Al final va a ser verdad que Zuckerberg, el fundador de Facebook con más camisetas básicas que el Primark de Gran Vía, es el malo de la película. Le acusan de haber permitido que una consultora les echara un ojo a los datos de 50 millones de usuarios para atinar con los futuros votantes de otro villano, Donald Trump. El Parlamento británico y la Eurocámara le piden explicaciones mientras sus accionistas salen por patas. La app del pulgar hacia arriba sufre un boicot mundial promovido desde otras redes sociales que también tienen los datos de millones de usuarios. Manda huevos...

Seamos coherentes, que la culpa del ‘FacebookLeaks’ es nuestra por dar ‘me gustas’ como si fueran pipas. A finales de los noventa nos abrimos correos con nicknames secretísimos a los que añadíamos números, símbolos… cualquier cosa menos nuestros nombres y apellidos, que a saber dónde llegaban. Solo dos décadas después, tenemos la tarjeta de crédito en el móvil, el historial médico en el iPad y las intenciones románticas en Whatsapp. Todo con foto de perfil, que se nos vea para que nuestros logros profesionales sumen retuits, los recuerdos de las vacaciones se llenen de corazones y nuestros pensamientos se alicaten en el muro, ese en el que nos insisten en que enviemos a la cesta el libro que miramos un segundo en Amazon. Y todo tras aceptar condiciones en contratos virtuales haciendo scroll sin leer. De lo contrario, tendríamos claro que Twitter puede compartir nuestros datos por motivos técnicos sin especificar, o que Instagram no se puede usar como método de comunicación comercial por mucho que los influencers sean la Teletienda 2.0.

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Internet es el paraíso de los agujeros legales, y las redes sociales, el de la deformación de la persona. Ya no se puede ni tener una cita a ciegas, aunque haya cientos de webs para conseguirlas, porque antes de llegar al restaurante ambas partes han stalkeado lo suficiente para saber la música de la que hablar, lo que pedir y hasta cómo salen sus exparejas en las fotos. Información personal que antes solo tenían tus conocidos pero que ahora está al alcance de cualquiera con wifi. Escarbando un poco en ella se puede construir un porcentaje de confiabilidad social como el que propone China o que Trump acabe de presidente.

El cambio tecnológico nos ha puesto del revés porque eso siempre conlleva un cambio en la sociedad. Nos ha traído muchas cosas buenas, pero, paradójicamente, la apertura digital también ha supuesto que se limite la intimidad, y hasta la libertad (ahí están los raperos para cantarlo). Suena tan a 1984 de Orwell que da miedo, sobre todo porque esa distopía se escribió para advertirnos de hasta dónde podíamos llegar si no prestábamos atención a la sociedad que estábamos construyendo. Ya la tenemos aquí, vamos tarde. A lo más que llegamos es a desconectar un rato el móvil y pensar en cómo controlarla.

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