JOSÉ CERVERA
OPINIÓN

Vivir demasiado bien

Pepe Cervera, columnista de 20minutos.
Pepe Cervera, columnista de 20minutos.
20MINUTOS.ES
Pepe Cervera, columnista de 20minutos.

Los avances en esperanza y calidad de vida del último siglo y medio son espectaculares e indiscutibles. Gracias a mejores técnicas médicas, cuando enfermamos; a la vacunación, que nos impide hacerlo, a una mejor higiene en alimentación y vida cotidiana y a los controles que aseguran la calidad y seguridad de nuestro alimento vivimos más años, en mejor estado de salud y con una razonable certidumbre de que estaremos a salvo de epidemias o plagas e incluso podremos sobrevivir a enfermedades o accidentes graves. Nuestros hijos llegan, casi sin excepción, a adultos; nuestros mayores llevan vidas activas con limitaciones relativamente leves. En nuestras calles ya no hay apenas enfermos, tullidos o personas incapaces de trabajar reducidas a la mendicidad y a buscarse la vida como eran comunes en otros tiempos. Nuestra experiencia con la enfermedad y la muerte es escasa, remota y bastante aséptica mediada por hospitales y procedimientos médicos. Y la tendencia es a que la sociedad futura se aleje cada vez más de la experiencia directa de la ausencia de salud y del fin de la vida.

Como podemos hemos apartado de nosotros todo lo que signifique decadencia y muerte, y precisamente por eso surgen movimientos retrógrados que pueden acabar devolviéndonos a los malos tiempos de antaño. La desaparición de enfermedades del entorno visible conlleva la pérdida del recuerdo de lo que era ver personas padeciéndolas o muriendo de ellas; sin este recordatorio sale gratis desconfiar de los medicamentos o las vacunas y perder la fe en los médicos y la medicina dado que ya no vemos los monstruos de los que nos protegen. Hasta bien entrado el siglo xx rara era la familia que no perdía algún hijo en la infancia, alguna madre en el parto, algún abuelo de enfermedades que hoy evitamos por completo o curamos con tres píldoras. Esto ha hecho desaparecer casi por completo algunas figuras sociales que hoy nos suenan a fábula medieval o a novelón antiguo: la segunda (o sucesiva) esposa, el viudo, los huérfanos, la madrastra o el padrastro. El mismo tejido de lo que constituye una familia, y por tanto la sociedad, ha sido modificado por el hecho de que ahora sobrevivimos casi todos hasta una avanzada edad. Y se nos olvida que esto es una anomalía histórica.

Ninguna familia de la España profunda de mediados del siglo xx estaría interesada en ‘agua viva’, sin tratar, pues muchas habían sufrido la pérdida de seres queridos por culpa del agua contaminada. Pocos protestaban ante las campañas de vacunación, pues conocían los estragos de la viruela, la tuberculosis o la polio. A nadie le molestaban los métodos de agricultura industrial que aumentaban las cosechas y reducían las hambrunas porque sabían lo que era no tener qué comer. Y el médico tendía a ser respetado como un representante de la divinidad, dado que incluso en aquellos tiempos de conocimientos relativamente limitados disponer de sus servicios podía suponer la diferencia entre una muerte horrible y una curación completa. Cuando se tiene experiencia directa de la enfermedad y el sufrimiento, a nadie se le ocurre poner en duda los procedimientos y métodos que permiten aliviarlos.

Resulta fácil desconfiar, en cambio, cuando ni tú ni nadie que conozcas ha sufrido ninguna grave infección; cuando ni en tu familia ni en ninguna de alrededor has visto morir a un niño pequeño, o padecer a un anciano por falta de cuidados médicos. Cuando olvidamos lo que ocurría en tiempos anteriores a la cloración del agua y la existencia de cloacas, la seguridad alimentaria, la medicina y las vacunaciones es sencillo preguntarse para qué sirven, desconfiar de sus efectos o rechazar su efectividad.

Cuando se vive muy bien lo complicado es recordar lo que ocurría en los malos tiempos, antes de que una compleja y tupida red de seguridad higiénica y preventiva mantuviese a raya a los enemigos que llevan millones de años matando humanos. Vivimos demasiado bien, y eso tiene sus efectos paradójicos, y los seguirá teniendo en el futuro.

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